Vino


1997: Las bodegas hace veinte años trabajaban por posicionar sus vinos en España y comenzaban también a sacarlos al exterior mientras mantenían un cultivo y una elaboración tradicional y se abrían a las innovaciones que comenzaban a llegar

2017: La innovación y la tecnología están totalmente presentes en las bodegas riojanas mientras conservan y aúnan la tradición que da fama al Rioja, un vino que atrae a los turistas, se mueve bien fuera de España y se va abriendo a los nuevos paladares

Texto: Cristina Valderrama | Fotografías: C.M.

Dos décadas puede ser mucho tiempo y también ser poco, según con qué lo comparemos. En el mundo del vino en La Rioja se podría decir que veinte años no son nada si echamos la vista atrás. Campos centenarios, bodegas centenarias que han aguantado el paso del tiempo y que son la esencia de lo que Rioja es hoy. Veinte años que se suman a los otros muchos para continuar una trayectoria que sigue en constante evolución.

Pero veinte años también que han supuesto una total transformación en el concepto de bodega tradicional. Porque La Rioja ha sabido adaptarse a los cambios o quizás las bodegas han sido las que han propiciado ese cambio. Mucho esfuerzo, trabajo y dedicación para posicionar el Rioja fuera de España, para abrir nuevos mercados y llegar a nuevos consumidores. Y también mucha investigación e innovación para mejorar la calidad de los vinos, cuidar su elaboración. Sin olvidar la adaptación de unas bodegas que han sabido mantener sus Crianzas, Reservas y Grandes Reservas y abrir un nuevo mercado con los blancos y rosados, cada vez más demandados en la mesa.

En 1997, a tres años de dar el salto al segundo milenio, las bodegas iban apostando por la innovación, mirando hacia el futuro con expectativas. Bodegas jóvenes y veteranas que caminaban en la misma dirección.

El mundo del vino ha sabido incorporar la tecnología a la elaboración

Once años antes y en Ribera del Duero, Carlos Moro fundaba el grupo Matarromera con el propósito de elaborar buenos vinos, de investigar y de diversificar. Hace dos años llegó a San Vicente de la Sonsierra con la apertura de su octava bodega y la primera en la Denominación Calificada de Origen Rioja.

La historia del grupo Matarromera es similar a la de muchas bodegas de Rioja. El afán y el amor por el vino de un bodeguero y su entorno más cercano han conseguido crear un gran grupo que apuesta por el vino y continúa trabajando para posicionar su marca y sus productos.

Carlos Moro, fundador y ahora presidente del grupo Matarromera, tenía antecedentes familiares en el mundo del vino y a finales de los 80 creaba el grupo con la primera de las bodegas. Una década después trabajaba para incorporar la tecnología a su día a día. En el año 2000 comenzaban a desarrollar un robot enológico que permite identificar y clasificar el vino tras la realización de tres fases de la cata a través de sensores. Trazabilidad enológica, desarrollo de estrategias frente al cambio climático o la elaboración del primer vino sin alcohol han sido algunas de las aportaciones de la empresa que dirige Carlos Moro.

Grupo Matarromera

Carlos Moro puso la primera piedra del Grupo Matarromera en 1988 con la apertura de Bodega Matarromera, en Valbuena de Duero, en la D.O. Ribera del Duero. Hace dos años abrió Bodega Carlos Moro en San Vicente de la Sonsierra, su primera en Rioja, que se suma a otras siete que tiene en otras cinco denominaciones.

Cuidado manual

Pero el mundo del vino sería difícil de entender sin mantener la tradición y la perfecta elaboración que ha ido pasando de padres a hijos, manteniéndose durante décadas. La tecnología y la innovación han llegado para sumarse y mejorar la elaboración de un selecto producto.

Al cuidado manual de las cepas en el campo se han incorporado máquinas que facilitan la labor y necesitan menos mano de obra. Técnicas que se han ido incorporando con los años como el desgranado automático con separación del raspón sin rotura del hollejo que el grupo Matarromera utiliza en su bodega de San Vicente de la Sonsierra.

Y también las instalaciones adaptan sus condiciones para que el vino pueda reposar y sacar lo mejor de sí mismo en unas bodegas donde el silencio suena. Calados con años de historia, también en la bodega Carlos Moro de San Vicente, donde el vino duerme en su punto justo de humedad y temperatura. El descanso controlado de un producto que sigue mejorando.

Veinte años son todo y nada. Veinte años son dos décadas de superaciones, de adaptaciones, de innovaciones, de evoluciones. Veinte años donde también Internet ha hecho más fácil el trabajo de las bodegas y han sabido apostar por elaborar páginas web que den a conocer sus productos, sus mercados y sus bodegas. Infinidad de posibilidades que se han abierto en un campo en el que se puede llegar a todo sabiendo que aún queda mucho por hacer.