Historias de La Rioja sin salir de casa

La peste en La Rioja en verso

E

l terrible brote que sufrió La Rioja en 1599, y que segó la vida de uno de cada tres vecinos de la ciudad, quedó inmortalizado en un poema publicado por el impresor Juan de Mongaston.

Marcelino Izquierdo Marcelino Izquierdo

En estos tiempos convulsos por culpa del COVID-19, sería curioso y aleccionador echar la vista atrás y comprobar cómo también Logroño sufrió en 1599 una pandemia –entonces de peste bubónica– y de qué forma se contó y se superó, a través de un impagable romance en verso que, algunos meses después, fue publicado en la ciudad por el impresor Juan de Mongaston.

En aquel último año del siglo XVI ya dio muestras Mongaston de su olfato editorial y de su talento publicando la sabrosísima 'Relación de lo sucedido con la enfermedad de la peste que en la noble y leal ciudad de Logroño ha habido...', antes de imprimir, once años más tarde, la impagable crónica del auto de fe de 1610.

La Danza de la Muerte
La Danza de la Muerte. Imagen de una pandemia medieval de peste, de Michael Wolgemut. / DNB.

Escrita en verso –no demasiado erudito, la verdad– y publicada en cuatro hojas de cuartilla, la 'Relación' narra cómo, por sorpresa, irrumpe la peste en la ciudad, justo cuando se están festejando las animadas celebraciones del Jubileo del 19 de mayo, siendo papa Clemente VIII. En medio de festejos taurinos, ciento y una diversiones y muchos forasteros, apareció la Danza de la Muerte. Puro humor negro español, contado en poesía y con una brevedad y una riqueza expresiva muy singular.

El relato publicado por Mongaston –del que se desconoce su autor– habla de las campanas tocando a muerto y de cómo los vecinos comienzan a recelar de la terrible enfermedad. «Cuando van catorce muertos en muy poco tiempo, [los logroñeses] se asustan y salen despavoridos los forasteros, y los de la ciudad que pueden huyen al campo, pues recuerdan otra peste semejante hacía 34 años que fue devastadora. A pesar de ello, cuando llega el día de San Juan Bautista (24 de junio), han visto morir ya a muchos cientos de personas. Con inusitada gracia y dramatismo cuenta el narrador la carestía que se produce por la escasez de productos», explica Sagrario López Poza, profesora de la Universidade da Coruña, que ha analizado la obra.

Al igual que está ocurriendo en pleno siglo XXI con los productos básicos –carne, arroz, pasta, papel higiénico...–, la especulación también se apodera de la gente, según apuntan los versos:

Por el pueblo iban bramando
Buscando pan, otros huevos
Otros aves, y no hallando,
Era el lamentar al cielo.
Una gallina, ocho reales;
Diez maravedís un huevo,
Y faltaban para muchos
Según había de enfermos.

Añade la profesora López Poza que «a petición del corregidor vinieron dos franciscanos del monasterio de Vico (Arnedo) para atender espiritualmente a los logroñeses, pero ambos murieron pronto». Todo un caos:

Hállanse por buena cuenta,
pocos más o pocos menos,
en hospital y ciudad,
hasta cuatro mil los muertos.

Cita Mongaston una desorbitada cifra de fallecidos, si bien las investigaciones actuales apuntan que aquel brote de peste se cobró 1.395 vidas de las 4.667 personas que residían en la ciudad.

Por fin, el 22 de julio, la epidemia remite, y todo –confirma la autoridad– gracias a la Magdalena, Santiago y Santa Ana, que se disputarán el honor del milagro:

Ya no hay memoria de peste
Todo es tratar casamientos
Y tratar de los tres sanctos
A cuál celebrar de nuevo.

Mongaston también editó la Relación del auto de fe de 1610 Aunque se desconoce la fecha y el lugar de su nacimiento, se sabe que Juan de Mongaston tenía origen francés y que se instaló en La Rioja a finales del siglo XVI. En 1611 se hizo famoso por publicar la 'Relación de las personas que salieron al auto de fe...', documento que narra como si fuera una crónica periodística el proceso que vivió en Logroño meses antes y que es muy conocido por la quema de las brujas de Zugarramurdi. Mongaston fue uno de los mejores impresores de la época y, además de en Logroño, tuvo taller al menos en Nájera y Haro. Editó 'Las Eróticas', de Villegas (1618).

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