SEGUNDA ETAPA
Recorrido entre Nájera y Santo Domingo, un regalo en todos los sentidos
La mañana es aún fresca, pero ya se adivina que el sol volverá a a apretar con las ganas de la víspera. Nájera aún se despabila. La brigada de limpieza opera en las calles umbrías que enmarcan el monasterio de Santa María la Real como queriendo sacar brillo a la joya de los najerinos. Sería imposible entender Nájera sin el monasterio. Como sin el Camino de Santiago. En medio de tanto silencio le da a uno por pensar en cuál no sería el bullicio de aquellas mismas callejas cuando reyes y reinas, caballeros, señores y plebeyos pisaban esta que fue capital y corte de reino. Hoy aspira a seguir siendo capital, capital del mueble, que tampoco está mal. Y a liderar el desarrollo de una comarca que, aunque próspera, conoció tiempos mejores.
También es demasiado pronto para saludar peregrinos. En realidad, los que andan el Camino a estas alturas de la pandemia son pocos. El estado de alarma acaba de caer y los albergues permanecen aún tardarán un mes en volver a la actividad. El de Las Peñas fue el único que aguantó el tirón con más ilusión que rendimiento.
Uno anda en estas divagaciones cuando irrumpe Concha Andreu. Puntual y jovial, saluda al periodista que durante todo el día volverá a ser su partenaire en cada paso. Y serán miles.
– «Estamos de suerte. La naturaleza nos han regalado otro día espectacular», saluda.
– ¿Agujetas?
– Ninguna. Vamos maravillosamente bien.
Antes de volver al campo, visita obligada a Santa María la Real de la mano de Joaquín García (secretario del Patronato del Monasterio), que es como ver el Guernica con Picasso. Un paseo inigualable por el Claustro de los Caballeros, un cóctel de gótico florido y plateresco,de delicadas virguerías y sepulcros rotundos que aviva nuestros sentidos.
La calle Costanilla, al sur del monasterio, va ganando altura por La Salera, para decir adiós a la ciudad y enfrentar definitivamente la etapa. Entre cerros de arcilla roja el Camino se ha abierto paso como a cuchillo. Un pinar va cediendo portagonismo a la viña que, ya se sabe, en la región no desaprovecha media fanega para hacerla suya. En apenas una hora, la temperatura se dispara. Proteción solar a saco. («Yo también», confiesa Andreu).
En el camino que lleva a Azofra se relaja la presidenta con la emoción de una madre cuando habla de sus hijos. Toca la familia, Concha Andreu madre, esposa e hija.
– Venías contando cosas de tus dos hijos.
– Con mis hijos hemos compartido mucho; nos ha tocado, afortunadamente, estar cerquita de ellos. Los ves crecer pero ellos también te ven a ti. Y te ven cómo empiezas esta etapa nueva, cómo te trata la sociedad con el punto de vista de vista de unos chavales de 17 o 18 años. Esto nos permite una relación casi como de adultos. Son majos, porque no te preocupan. Oyen lo que les dicen unos y otros, pero amortiguan.
– ¿Cómo llevan ser hijos de?
– Lo llevan bien. Son muy sociables, no se encierran. Todo lo contrario. Lucía es muy reivindicativa y defiende lo suyo... incluso aunque no tenga razón;, lo defiende a muerte. Fabio es de otra manera. Más de intentar convencer, pero si ve que no, pues repliega y a otra cosa.
– Y tu pareja. ¿Es tu caso de esos que detrás de... hay siempre un gran hombre?
– Rodolfo [Rodolfo Bastida] es maravilloso. ¿Qué sería de mí sin Rodolfo? Él es el que elige el vino perfecto cuando nos sentamos en ese momento de descanso, de relax o del fin de semana; es el que hace las mejores comidas para disfrutar en familia, en casa, en la terraza. Es el que prepara las mejores masas de pizza, el que más cariño da y el que, aunque no siempre, sabe estar en silencio cuando asume que va a salir perdiendo. Es muy listo, es habilidoso...
«La familia influye en mi trabajo en que me hace saber que tengo su cariño detrás; es un refugio clave, fundamental»
– ¿Y la Concha hija? Aireas sin prejucio que tu madre es trascendental en tu vida...
– Es clave. Mi madre ha sido y es, afortunadamente, el pilar de la familia. Cuando falleció mi padre, ella se vino a casa para cuidar a los chiquillos cuando yo empezaba ya a meterme un poco más en este mundo [de la política] y ya combinaba el trabajo en la bodega con el de diputada... Vino entonces, y hasta hoy. Es clave, una persona sincera, sin artificios, trabajadora, responsable, crítica, de mente muy moderna y feminista (ahora, claro, que cuando estaba con mi padre lo era un poco menos)... Con tres hijas, es una madre maravillosa sin artificios.
– ¿Influye la familia en el ejercicio de gobierno?
– ¿Sabes en qué influye? (se pone en modo reflexivo y aún con la emoción contenida) En saber que tienes ese cariño detrás. Cuando estás trabajando y ves que todo sale mal, o que todo sale bien, piensas: «En casa les va a gustar o en casa me van a apoyar o en casa me van a escuchar». Tener este refugio es clave, fundamental.
– ¿Y cuánto tiempo le ha robado el trabajo a la familia?
– ¡Uf! Todo. En este trabajo debes estar todo el día pendiente. Pero bueno, los hijos van siendo mayores y tampoco te demandan tanto. Los fines de semana solemos estar juntos... a no ser que nos toque hacer un Camino de Santiago... (risas). La verdad es que he tenido apoyo al cien por cien de todos los miembros de la casa: de mi madre, de los hijos, de Rodolfo y de mis hermanas, que también son importantes.
La conversación nos va llevando hasta que un tractor que aprovecha la mañana del sábado para hacer labor nos saca del ensimismamiento. Casi sin darnos cuenta nos hemos puesto en puertas de Azofra, villa de origen árabe, a orillas del Tuerto, que le debe mucho a este Camino que lo atraviesa como una columa vertebral. Le debe al Camino y también a sus gentes, que hicieron fama de su hospital y de su cementerio de peregrinos.
Sostiene Andreu que Azofra huele «como a dulce». Y a limpio. En las viñas más inmediatas al municipio hay gente espergurando. Y unas naves agrícolas que atentan contra el paisaje rural. Las naves agrícolas son el enemigo del buen gusto en buena parte de La Rioja. «Habrá que ir disimulándolas un poquito para embellecer el paisaje, porque es maravilloso», piensa en alto Andreu.
Nos sentamos en la calle Mayor. El descanso del peregrino es un nombre opotuno para un lugar que se dedica a dar de comer y beber al caminante. Juan y Vega, al frente del negocio, hacen honor a la reputación de los sayones. Media docena de vecinos se acerca a saludar a la presidenta. Hay flores en los balcones y la calle está como la patena. Como banda sonora, el alboroto de los pájaros y el runrrún de algún motor que se deja notar a lo lejos.
– No deberíamos dejar que estos pueblos se conviertan en parques temáticos de fin de semana; son lugares extraordinarios para hacer proyectos de vida...
– Estamos ahora en un momento clave: las mismas carreteras que facilitaron que la gente de los pueblos se fuera a la capital van a permitir ahora que puedan volver a vivir a los pueblos... Con su calidad de vida, del aire y ahora, afortunadamente, con la conectividad. La conectividad nos permite trabajar en cualquier sitio. En cualquier sitio... con los servicios básicos de educación y sanidad cerca.
– Y la convivencia, Concha... Aquí los vecinos se conocen por su nombre. En la ciudad, en los pisos, ni eso.
– Cierto. Aquí lo ves. Los mayores aún se se sientan en la calle a compartir el fresco. Me recuerdan cuando iba por la paga de mis abuelas, Felisa y Concha. Sentadas en la acera... Provoca nostalgia. Pero creo que se está tornando a eso. Hay medidas para luchar contra la despoblación. Falta que la gente lo empiece a vivir o que se plantee que sí, que se puede vivir de maravilla.
«Cuando estoy agotada, me pongo a Juan Diego Flórez; soy ecléctica. ¡Todavía escucho a Jarcha! y me gustan Rozalén y el jazz»
Aún nos queda una tirada larga hasta Santo Domingo, así que levantamos el campamento, nos despedimos de Vega y de Juan y buscamos la salida de un pueblo que ofrece hasta tres albergues a los peregrinos. Y un vistoso hotel que ocupa una casa señorial ya en la salida de la localidad.
Enseguida, el rollo de Azofra sale al encuentro como si quiera darnos la bienvenida. O la despedida. El rollo es la señal pétrea de que los vecinos de la villa tenían derecho a ser juzgados en ella. Que no era mala prebenda en el siglo XVI. Carlos V concedió semejante privilegio que quedó marcado por sendos rollos en las entradas este y oeste de Azofra. Del más cercano a Nájera, nada se sabe hoy. En el otro, restaurado no hace demasiado tiempo, nos acomodamos. «Insisto en que hay determinados puntos que se sienten mágicos... Como este. ¡Qué paz!», susurra la presidenta mientras aspira el aroma a tomillo y a trigo verde.
– Hablando de paz, ¿no se está haciendo insoportable el clima en la política? (pregunto, quebrando el compromiso de no hablar de estas cosas mundanas).
– Pues sí. Para qué te voy a engañar. A nosotros, que estamos empeñados en mejorar la vida de los riojanos con cada cosa que hacemos, sí se nos está haciendo insoportable. Hay como una deslealtad generaliza. Es difícil entender por qué de ese encolerizamiento, de ese enfrentamiento permanente. Da la impresión de que hacemos de todo cuestión personal.
Se torna serio el gesto de Concha Andreu. Que sigue con su reflexión:
– Creo que de todo hacemos una impostura, un fingimiento. En el Parlamento, la oposición nos responde como con odio. Pero luego, salimos por la puerta y te dicen: «Pero no te tomes a mal lo que te he dicho...». ¿Por qué no somos así cuando estamos adentro? ¿Creemos que los nuestros nos van a exigir más beligerancia? Pues hasta lo dudo.
– Ese enconamiento también lo habéis vivido en vuestro partido. Un ruptura entre partido y Gobierno que para los ciudadanos que os dieron su confianza, seguramente, ha sido motivo de frustración.
– Bueno, yo no diría ruptura. Sí hubo una reordenación del Gobierno, pero mi (enfatiza el posesivo) ‘mi’ secretario general [Francisco Ocón] es una persona que trabaja muchísimo por el partido, un convencido socialista y gracias a él y a su trabajo estamos donde estamos: gobernando. Y el agradecimiento es total.
– ¿Comerías mañana con él?, por ejemplo
– Por supuesto, y lo que hiciera falta. Lo que pasa es que gobernar es otra cosa. Implica otros equilibrios.
– Pero, ¿eres consciente de que eso no es lo que ahora se traslada a la sociedad?
– Desgraciadamente. Lo que mola es airear el conflicto.
– O sea, que la culpa es nuestra, de los periodistas.
– No, no. Somos todos así, la gente, la ciudadanía, los propios afiliados. ¿Qué nos importa? Los líos. En el partido hicimos un trabajo extraordinario, con el secretario general al frente, y llegamos adonde llegamos con un equipo fuerte y cohesionado. Pero gobernar es distinto. Se necesita de otros equilibrios, de otras formas y también de un partido muy fuerte. Y en esas estamos. Pero me iría hasta a hacer el Camino de Santiago con Paco, mi secretario general.
– La otra cara es esa gente que te querido a saludar indisimuladamente ilusionada en Azofra. Y seguramente, alguno de ellos ni te habrá votado.
– Sin duda. Te cuento una cosa: cuando hablo con el presidente [Pedro Sánchez] o con las ministras veo personas que están todo el día cavilando cómo hacer bien las cosas. ¡Claro que siempre estará el político que quiera pillar algo! Ya lo hemos visto, desgraciadamente. Pero tenemos en la política gente trabajadora, me da igual de qué color. Y si vas a ayuntamientos, ves alcaldes verdaderamente machacados... Da igual el color, ahí no pinta nada el color político. Y yo voy a trabajar para que la política sea esto. Creo que de esta manera pensamos los socialistas, los del PP, la gente de Podemos, de Izquierda Unida, de cualquiera... Confío en que, al final, la política sea eso....
Dejamos el rollo y la política. Los rayos rompen ya a cuchillo sobre el terreno y sobre los caminantes. Una suave brisa alivia a ratos semejante rigor y contonea miles de espigas de fincas inmensas de cebada que hacen del paisaje una almazuela multicolor con otras de trigo, con las últimas viñas, con la colza aún insultantemente amarilla.
– ¡Qué bonito paisaje! Es absolutamente alucinante. (casi se emociona Andreu).
– Este silencio es ideal para cantar, se me ocurre. Me consta que te gustaría...
– Me gusta muchísimo cantar. Cuando estudié en Salamanca, me apunté al coro de la Pontificia. Un coro de estudiantes. Tenía la voz más de jotera, de contralto, de contralto segunda... Y fui feliz. Ensayábamos todos los días. Los fines de semana cantábamos en bodas. ¡Cantamos en la de Mañueco! [presidente de la Junta de Castilla y León]. Hacíamos giras en verano. Cantamos el Réquiem de Mozart, la Misa de la coronación, el Ave Verum... Y estuvimos en Austria y en Alemania. Fue maravilloso. Y entre ratito y ratito, cada uno cantaba lo suyo y yo, también. Alguna jota aunque solo me sabía tres, así que el día que me pidieron una cuarta, !glups!
– ¿Qué pasó? ¡por favor!
– Pues que canté la que sabemos todos.
– ¡Palomita, palomita!
– ¡Correcto! Fue divertido. Fue un tiempo precioso (otro suspiro).
– Y de la música actual, ¿qué sigues, qué escuchas?
– ¡Uf! Cuando estoy en un hotel, agotada, me pongo a Juan Diego Flórez. Me parece maravilloooooooso. Soy muy ecléctica. ¡Todavía escucho a Jarcha! («Libertad, libertad, sin ira... entona), Y me gusta Rozalén, mucho. Y el jazz. Rodolfo y yo somos muy de jazz y de la música cubana. La culpa es de Colo, del Bretón. Nos ponía a Bola de nieve (Ignacio Jacinto Villa Fernández) y a la Vieja Trova Santiaguera...
Tarareando, tarareando se nos pone al alcance de la vista Cirueña, su campo de golf y su urbanización. El trance entre una buena idea y una pesadilla. Pero los cirueños no tienen la culpa. Ni uno peregrinos que saludamos y que tratan de orientarse a través de tan intrincado urbanismo. Son una pareja de San Sebastián a los que la pandemia les cortó la marcha hace ya más un año. Nos presentamos. Ellos, Sara y Miguel.
– ¿Os puedo preguntar a qué os dedicáis, además de a peregrinar?, interroga Andreu.
Y lo mismo es que le respondan que son técnicos en emergencias sanitarias que mostrarles sin ambages su (nuestra) admiración y agradecimiento
– No sabéis lo que nos habéis ayudado a los que nos tocaba tomar decisiones... Así que os doy las gracias.
Charlamos con los peregrinos donostiarras sobre esto y aquello, sobre el virus y sobre el Camino. «Lo estoy disfrutando mucho, mucho», avisa Miguel. Y se les nota.
– Os doy la bienvenida a nuestra tierra y las gracias de nuevo por vuestro curro y por todo lo que habéis hecho (se despide la presidenta).
La última recta antes de meta es eterna aunque bellísima. Un tangram de infinitas piezas dibujado con escuadra y cartabón por la parcelaria. La dureza de la pista y del termómetro del mediodía se alían contra los caminantes, que buscan un rato de descanso (que no de sombra, un bien escaso en ese tramo) en el Mirador del Santo. La postal, desde allí, es... ¿total?
– «Esto es conservar la biodiversidad... Tenemos un altísimo porcentaje de territorio conservado y estoy orgullosa. Se ha hecho hasta ahora y lo tenemos que seguir haciendo», piensa en alto Andreu.
Atacamos los últimos metros. Los finales de etapa revitalizan al peregrino. Es matemático. «Estamos al ladito de en Santo Domingo», le aviso estúpidamente, como si ella no lo pudiera ver...
– Voy a confesar una cosa. Me decían, «hombre, Concha, con todo el agobio que lleva encima no sé yo si va a ser mucho para ella... Dos etapas tan largas». Y ahora te veo así que estoy por proponer que lleguemos hasta Santiago.
– ¡Hay que ir Santiago! Esto es bueno para el cerebro y para el cuerpo. Se lo recomiendo a todo el mundo. Todos los riojanos deberíamos hacer el Camino, por lo menos el de La Rioja.
Lo dice, casi lo grita, con el convencimiento del peregrino. Definitivamente, una peregrina habita en el palacete de Vara de Rey. De momento, iremos juntos hasta Grañón.
LAS ETAPAS
(PARTE 1)
Vídeo de la etapa(PARTE 2)
(PARTE 1)
Vídeo de la etapa(PARTE 2)