TERCERA ETAPA
Recorrido entre Santo Domingo y Grañón, mientras los sentimientos afloran y contagian
Es domingo. El último domingo de un mayo que ha sido excesivo en lo climatológico. Tanto que a estas horas tempranas de la mañana parece que se ha quedado sin candela para atizar el astro que ha iluminado, y calentado, esta aventura en las dos jornadas anteriores. Han sido largas. Casi 50 kilómetros para acercar Logroño a Santo Domingo, con parada en Nájera, bajo un sol impío.
Pero ahora el cielo está anubarrado y la temperatura es agradable, aunque no está de más algo de ropa liviana. La plaza del Santo luce bella entre la majestuosa catedral y la torre exenta, nimbada por esa luz de cuando el día aún huele a nuevo. La torre que levantó Martín de Beratúa mediado el XVIII parece reñida con la catedral que anuncia. La torres es el faro de Santo Domingo cuando el caminante navega en ese mar de trigales y cebadas por el que se accede a la ciudad.
Como en los días anteriores, Concha Andreu llega puntual, ligera y animosa. Se le está poniendo cara de peregrina, piensa el periodista, que se malicia que la presidenta ya es carne de cañón para, más pronto que tarde, consolidar este bautismo de peregrinaje en el mismísimo Santiago. De momento, empezamos la minietapa que toca en el que fue hospital de peregrinos, hoy flamante Parador que cierra el oeste de la Plaza de la Catedral.
– ¿Cansancio?
– Nada. Cero, cero.
– ¿Alegría porque llega el final?
– Tengo una de sensación de satisfacción por empezar la última etapa pero también con tristeza porque se acaba algo que estamos haciendo con cariño.
Salimos por la calle Mayor hacia la ermita del Puente, que recuerda el milagro de la rueda. Uno de los muchos que se atribuyen al milagrero ingeniero de caminos que da nombre a la ciudad. Da cosa pensar que hasta 80.000 peregrinos, en un año ‘normal’, la visitan. Referente de la primera parte de la ruta Jacobea, la fama se le remonta a mediados del siglo XI, cuando el santo construyó el puente que ahora cruzamos (que tampoco es que sea este mismo) para salvar el río Oja. 148 metros de viaducto y 16 arcos después, volvemos a pisar tierra y grava. Y la sensación de que esto empieza a acabarse se hace más presente.
«Somos de buen conformar y tendríamos que exigirnos un poquito más cada uno y exigir un poco más como región»
Nos tropezamos con un caminante madrugador que anda airoso. Se adivina que es peregrino por la vieira que cuelga de su talega, que no por los tatuajes ni por la música a volumen estratosférico que se escurre de sus auriculares. Pero esto es el Camino y aquí no hay prejucios. El Camino, pienso en voz alta, hace tabla rasa y nos iguala a todos. Es como el primer amor, que no pregunta, quiere y acepta sin condiciones.
– Es verdad. Si haces el camino, te cruzas con gentes sobre las que piensas: ¿qué harán, qué trabajo tendrán, qué serán? Pero, en realidad te da igual, todos caminamos y cada uno marcha con su objetivo en la cabeza.
– Si te das cuenta, cuando saludas a otros peregrinos la pregunta es de dónde vienes o adónde vas. No preguntamos a nadie tú de quién o tú qué eres.
– No hace falta ni preguntar. Cada uno va a lo suyo; nada que ver la marcha del joven que acabamos de ver con su música estridente que, por ejemplo, nuestro paseo. Cada uno elige. Pero todos vamos a lo mismo, a buscar la paz, a encontrar nuestro equilibrio.
– Distintos o iguales, pero todos en el mismo Camino.
– Es a lo que voy. No tenemos por qué ser iguales si no queremos, pero sí tener las mismas oportunidades para llegar adonde cada uno quiera. Es la clave. Que cada uno tenga la oportunidad de hacer lo que cree y lo que quiere.
- Cuando hablas de oportunidades pienso, no sé por qué, en los inmigrantes.
– Es triste. Nos debemos a ellos. Y es bueno mirar a los que tienen menos para apreciar nuestra suerte... La suerte de disponer de la sanidad pública, por ejemplo. Es un tesoro.
– ¿Y por qué no conseguimos que se valore? ¿Por qué no la dejamos al margen de la política ‘emponzoñada’?
– Sí, ¿verdad? Algo nos pasa. Deberíamos empezar por agradecer y reconocer lo que nos encontramos bien hecho. Y tratar de seguir mejorándolo.
– Me viene a la cabeza lo que pasa con la educación...
- Sí... Cómo es posible que estemos enseñando a los chavales de la misma manera que se enseñaba hace tantos años. Que sí, que hemos avanzado un poco por la pandemia y las pantallas y que nos hemos venido arriba con la digitalización gracias a que los profesores y los equipos directivos se han vuelto locos con un esfuerzo enorme que les tenemos que agradecer. Pero bueno, tenemos que darle otra vuelta. No es posible que se esté estudiando lo mismo y de la misma manera que estudiamos nosotros... Hay que preparar a los chicos en habilidades sociales para dialogar, para consensuar, para hablar en público, para entender la postura del otro y aprender a estar de acuerdo o no. Ese espacio de diálogo, de confrontación de ideas, se ha olvidado en las aulas .
La Cruz de los Valientes es un hito de inevitable alusión en el trayecto. Evoca la leyenda de cómo calceatenses y grañoneros resolvieron las disputas sobre la posesión de la dehesa, una ubérrimo paraje entre ambos pueblos que hoy se presenta como una paleta de infinitos verdes: verde trigo, verde cebada, verde triticale, verde montebajo, verde que te quiero verde... Como una almazuela de Lola Barasoain.
A Concha Andreu le cuesta digerir el final de la leyenda: la forma en que Martín García de Grañón se deshizo del forzudo calceatense metiéndole un dedo por salvo sea el orificio anatómico para lanzarlo como un discóbolo.
– ¿Eso es verdad?
– Lo dice la leyenda.
Y verdad o no, cada año hay una fiesta que conmemora la gesta y en Grañón, el tal Martín García es héroe con calle.
Almorzamos en la Cruz de los Valientes. Un bocao y un trago de Viña Grajera, el mayor lujo que nos permitimos y con el que brindamos por todas las bodegas de Rioja.
– Y por las valientes y los valientes, apuntilla la presidenta.
– ¿Qué motivos tenemos ahora para la valentía?
– Todas las dificultades que se nos presentan, sean pandémicas, de estudios o de gobierno, de cualquier gobierno, igual da que sea de una región que de un pueblo. Hay que ser valientes y un poquito osados. Hay que dar cada vez un paso más y otro pasito más porque así es como se salvan los obstáculos y se crece. Y si cometemos errores, aprendemos. Ya sabes que en la cultura norteamericana dicen que cuantos más errores cometes más aprendes. Hombre, igual es un poco exagerado, un poco de película, pero sí es cierto que hay que aprender de los errores y hay que ser valientes y osados. ¡Vamos a ser valientes!
– ¿No sientes que los ciudadanos echamos de menos en los políticos algo más de valentía y decisión; que queremos en definitiva, que toméis decisiones y que hagáis cosas?
– La obligación de los ciudadanos es exigirnos. Hombre, también reconocer lo que hacemos bien, porque anima. Pero nos tienen que exigir. Y nosotros tenemos que dar pasos y hacer las cosas siempre por el beneficio común. Porque esa debe ser la obsesión de todos los políticos, aunque luego unos lo hagamos de una manera y otros de otra.
– En lo de exigir, los riojanos no sé yo si... ¿No tienes la impresión de que somos en exceso de buen conformar?
– Hay un poco de eso. Somos muy de cuando en otro tiempo decían: estamos mejor que la media... Como tú dices, de buen conformar. Quizás porque tenemos la suerte de vivir en una tierra espectacular, en la que más o menos puedes desarrollar tu vida; pero sí, tenemos que exigirnos un poquito más. Exigirnos cada uno y exigir como comunidad un poco más.
Fin del almuerzo. Unas fotos y enfilamos los que, esta vez sí, son los últimos tramos antes de arribar a Grañón. El sol de mediodía se ha invitado a la cita con fuerza renovada. El arbolado que crece generoso en torno al arroyo Majuelos nos presta la única sombra que se conoce en este trayecto. Luego llegamos hasta el cementerio, otro espacio que, como el primer amor y como el Camino, nos iguala a todos. Aunque de otra forma y en horizontal.
El Camino hace tabla rasa y nos iguala a todos. Es como el primer amor, que no pregunta, quiere y acepta sin condiciones
Atacamos el casco urbano por la senda de la Magdalena, una vía generosa y cuidada, y callejeamos buscando la plaza de la iglesia de San Juan Bautista. Es singular su caso: la recoleta plaza no es, como suelen serlo las plazas de la iglesia en otros pueblos, el corazón de la villa. Cede tal honor a la plaza del Hórreo que, ésta sí, está llena de vida flanqueando la arteria principal de la villa, la calle Mayor, que es Camino de Santiago en estado puro.
Grañón es un pueblo amable de sencilla belleza. Limpio y cuidado. Su Iglesia es bella y justifica por sí misma la visita al lugar. El día de la nuestra estaba del revés, o así lo parecía con las campanas de bronce por los suelos a la espera de ser elevadas de nuevo a las alturas luego de su rehabilitación. El retablo es magnífico y el coro... El coro es como un imán que llama a ocupar inevitablemente uno de sus escaños de madera. Concha Andreu lo hace. Se sienta y se queda como transida. Uno, discreto, hace mutis escaleras abajo. Y enseguida, una voz, la de contralto de la peregrina Andreu, rasga el silencio del templo. El Ave Verum o así en la intimidad. No hay grabación ni testigos. Canta bien.
En la calle hay ambiente de domingo, claro. Pasamos por La Casa de las sonrisas, una albergue singular, de los pocos de carácter privado que sobrevive de la buen voluntad de los peregrinos. Ernesto y Nekane, que la gestionan, son el paradigma de cómo de cómo el Camino puede darle una vuelta de calcetín a una vida. O a dos.
Al final de la calle Mayor, el llamado ‘Mirador y Faro del Camino’, en la Era Alta, es como la proa de un barco que corta la inmensidad oceánica del fascinante puzle de fincas.
«Uno de los paisajes más alucinantes de esta parte del Camino», le comento a Andreu con cierta pena en el tono.
– Mira que hemos caminado y visto paisajes, pero este es muy brutal.
Desde allí vemos Villarta y Quintana a un lado. Y al otro, Redecilla y Castildelgado. Y el Camino que se aleja en busca del río Reláchigo y de otras tierras y otros paisajes.
– La penúltima pregunta es obligada y simple: ¿qué tal?
– Espectacular. Mira, antes, cuando caminábamos y hemos imaginado que nos dijeran: tenéis que terminar en Santiago... Pues no hay miedo. Es que en cuanto se empieza esto es algo que... ¡ummmmm! se vive muy por dentro.
– Tenía la preocupación de que te costase ‘entrar’. No sé si has sentido que has entrado en el Camino y de que el Camino ha entrado en ti.
– Desde el principio, desde luego. Es el contacto con la naturaleza. Te calma. Depura, cierne lo grueso y te permite entrar en el Camino, sin lugar a dudas. Yo, espiritualmente no lo sé. Voy a otra cosa. Lo mío es algo natural. Se hinchan los pulmones, se limpian y la verdad es que piensas y empiezas a priorizar en la vida y no sé... Te ordena.
– Qué bien recetarles esto a tus colegas. Al menos una vez cada año, tres días de Camino.
– (Risas) Sin duda. Y de manera rotatoria. Así cuando uno está tenso va y el otro, relajado, vuelve. Yo creo que sería incluso recetable por la Seguridad Social (más risas).
– A quién has tenido más presente estos tres días?
– ¡Uf!! (no puedo ni hablar...). ¿De quién me acuerdo? Siempre de Olga. ¡Buah! (Se le hace líquida la mirada).
La emoción es contagiosa.
– Yo me he acordado de toda la gente que se ha quedado en el camino durante la pandemia.
– ¡Cómo es posible que perdamos tiempo en discusiones tontas cuando hay gente que se te va sin haber aprovechado la vida a tope! Antes, viendo la guitarra en el albergue, pensaba: hay que aprovechar estos ratos (traga saliva) y cantar y estar alegres y contentos y seguir trabajando. Trabajar por el bien común. El camino de la vida es mejorar y mejorar y mejorar, todos, sin dejar a nadie atrás.
– Es que lo importante, en realidad, es lo que andamos, Concha. Nosotros no íbamos a ningún sitio. Íbamos andando, sin ser lo importante llegar aquí o llegar allá, sino andar... y lo que hemos ido hablando.
– Es así. Aunque yo no lo entendía de pequeña. Cuando hacíamos campamentos, el monitor nos contaba la historia de alguien que caminaba una noche tras otra y nunca encontraba nunca la fuente que buscaba. Y todas le decíamos: pues que cambie de camino. Pero no, no. Se trata de vivir cada paso del camino en el que se está.
– Pues a ver si enseñamos a nuestros hijos a disfrutar de la vida, del camino; que sepamos que hoy estamos aquí pero mañana, no. Que estamos andando, de paso.
«Es la naturaleza. Te calma, depura, cierne lo grueso y te permite entrar en el Camino... Se hinchan los pulmones, se limpian y te hace pensar y empiezas a priorizar... Te ordena»
Se disculpa Concha, superada aún por el sentimiento. La emoción es algo consustancial al peregrino y al instante en que aborda la plaza del Obradoiro. Y es este, de momento, nuestro particular Obradoiro. Y la conmoción fluye inevitable.
– Y algún día llegaremos a nuestro mirador final, como hemos llegado nosotros a este.
– Y mientras, disfrutemos del Camino.
Sobran más palabras. Avanzamos desde el mirador un par de kilómetros hasta un cruce de caminos (cómo no) que marca la linde con Castilla. Y nos despedimos.
– Te agradezco muchísimo estos tres días que nos has regalado, Concha. Gustará más a unos y a otros, menos; en realidad, da igual. Hemos hecho nuestro Camino y te lo agradezco infinito.
– El agradecimiento es mío, sincero y de corazón.
– ¡Pues venga!, mochila y Camino.
LAS ETAPAS
(PARTE 1)
Vídeo de la etapa(PARTE 2)
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