ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE LA RIOJA
El Archivo Histórico Provincial ocupa un palacete en cuyo interior se cuidan, catalogan y custodian 20 kilómetros de documentos
La puerta principal del Archivo Histórico Provincial es una formidable pieza de madera oscura. Cuesta un triunfo moverla. El edificio, de porte neoclásico, se asoma con discreción a la calle Rodríguez Paterna. Tiene una fachada de líneas puras, racionales, sobrias, sin esos artificios barrocos y teatrales de otros caserones. Al inmueble principal le han unido otro, de nueva planta, con una puertecita que da a la calle San Roque. Por este acceso secundario, casi secreto, entran los documentos.
La vida del Archivo discurre con un ojo puesto en el siglo XXI y otro en tiempos anteriores. Hay algo plácido y confortable en este deambular entre legajos y papelotes antiguos, lidiando con materiales delicados que exigen un trabajo minucioso y detallista, enemigo de las prisas y del desorden. Los cinco pisos del edificio que se abre a la calle San Roque están divididos en pequeñas habitaciones que ofician de cámaras documentales. Hay veintiuna. Allá reposan, con las adecuadas condiciones de temperatura y humedad, miles y miles de documentos clasificados y colocados en estanterías metálicas que se mueven con un volante situado en la cabecera. Si los pusiéramos en fila india, ocuparían 20 kilómetros. Llegarían desde aquí hasta Cenicero. El papel es un material frágil, alimento de muchos bichos, cuya conservación requiere mimo. No solo hay papeles en el Archivo; también encontramos pergaminos, mapas y otros materiales.
Antes de llegar a estas cámaras, los documentos deben ser identificados, limpiados y catalogados. A veces es necesario plancharlos levemente para eliminar sus dobleces. Acompañados por la directora del Archivo, Teresa Castañeda, los cronistas se asoman a la sala en la que Claudia Calvo está revisando los legajos. Sobre la mesa reposan unos papeles amarillentos, con pinta de ser muy antiguos. Tienen los bordes mellados y un cierto abombamiento, como si les hubiese atacado la humedad. Se ven incluso algunas manchas. Claudia los examina con una paciencia de entomóloga, anota sus características, los ordena. «El del archivo es un trabajo muy bonito y muy vocacional, pero también duro. Requiere trabajo de investigación, de búsqueda, de conocimiento de las fuentes», señala la directora.
El Archivo Histórico Provincial nació en 1949 para albergar el fondo de protocolos notariales. Su primer destino fue el instituto Sagasta, hasta que en 1983 se habilitó este palacete, antigua casa de los Olive, regidores perpetuos de Logroño, para recoger todo este ingente legado. Se mantuvo la fachada, pero el interior se renovó por completo. Algo de ese espíritu ochentero pervive en los muebles, en los despachos, en las maderas, en la sala de consultas. Aquí se guardan más de 9.000 protocolos notariales, muchos de ellos escritos con esa caligrafía solemne llena de vuelos y de letras mayúsculas alborotadas, que parecen hacer reverencias al lector. Hay asimismo documentos de la administración central periférica, del gobierno civil, de algunos archivos municipales y de fondos particulares donados a la institución.
El archivo está al servicio de la administración pública, de los investigadores y de aquellos ciudadanos que necesiten consultar algún documento. En ocasiones, las peticiones exigen hacer algún trabajo previo de investigación. En una sala más grande, Elena, Esther y María Jesús se ocupan de atender a los ciudadanos que, con cita previa, necesitan su ayuda. Según indica Castañeda, el 90% de las consultas tienen que ver con el catastro histórico.
A estas horas de la mañana (son las nueve y media), una persona está repasando documentos en la sala de investigación, una estancia con aire de biblioteca y cinco puestos de trabajo, reducidos a tres durante la pandemia. Para utilizarla, previamente los estudiosos han tenido que comunicar tanto el tema de su investigación como los fondos que les interesan consultar. Al lado, hay una pequeña sala de digitalización y microfilmado.
Al piso de arriba, ya en la zona noble del edificio, se llega por una escalera en cuyo recodo se encuentra el arcón de Soto. Es un ejemplo de aquellos baúles cerrados con tres llaves en los que antaño se guardaban los papeles más importantes del municipio. Al pasar por el despacho de secretaría, los visitantes saludan a Nieves y hablan unos minutos sobre el oficio. «Este es un trabajo muy vocacional. Precioso, pero poco valorado», coinciden ella y Teresa. Entre los dos despachos –el de dirección y el de secretaría– se abre la sala de juntas, con una enorme mesa central sobre la que se despliegan varios documentos. Teresa Castañeda va explicando los pormenores. Los cronistas caen enamorados de un mapa de Ventrosa fechado en 1914 y elaborado por José Sáenz Iturralde. Aparecen, primorosamente dibujados y pintados de colores, los accidentes geográficos, las casitas del pueblo, los ríos, los caminos. Es como si un arquitecto/artista hubiese inventado el Google Maps cien años antes, y mejor. A su lado reposan los planos del puente de Cuzcurrita firmados por Amós Salvador, el testamento del príncipe de Vergara, Baldomero Espartero, el plano del chapitel de la iglesia de San Esteban de Murillo, fechado en 1692, el libro de las concordias entre Sajazarra y Miranda... Uno se quedaría horas contemplando cada detalle, leyendo cada letra, examinando cada glosa.
Cuando los cronistas abandonan el edificio lo hacen, ahora sí, por la puerta principal, con esa hoja de madera de grosor impactante. Se despiden de la directora, la abren y al salir a la calle Rodríguez Paterna tienen la impresión de haber cruzado el umbral de los siglos.
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