SEDE Y TEATRO DE LA CNT
Las instalaciones de la CNT en pleno corazón de Logroño son una trinchera muy viva aún del recuerdo, la lucha obrera y el arte que pisó un teatro icónico
Si alguien recorre las instalaciones de la CNT en Logroño con arrogancia, podría torcer el morro. La sede del sindicato en la calle de los Baños número 3 y el imponente teatro adjunto rezuman un aroma añejo, están a tiro de piedra del Ayuntamiento y a la vez al lado mismo de Portales, pero que los eufemismos no edulcoren la realidad: los desconchones se replican, no todas las paredes han tenido cita con la brocha y prácticamente cada rincón guarda un aire como de trastero improvisado. Por aquí decenas de sillas apiladas para la próxima reunión, por allá pancartas enrolladas y un par de megáfonos de la última manifestación, más acá una pila de pasquines con un puño en alto asomando en la portada.
Detenerse en ese primer golpe de vista es naufragar en la superficie. El viaje por un edificio con una carga histórica tan contundente que se desborda por las estanterías y tan céntrico que muchos viandantes lo desconocen, se disfruta mejor con gafas de ver de lejos. Aunque conviene restregarse primero los ojos para apreciar el valor intrínseco del inmueble y toda la memoria que aún revuela en el ambiente casi como motas al contraluz (política, personal, cultural, reivindicativa...) y luego fantasear sobre las infinitas posibilidades que un lugar tan imponente y singular ofrece. Una rehabilitación que lo reverdeciera en condiciones pero sin perder la esencia bastaría.
La curiosidad se vence de forma casi inevitable hacia el lado del teatro, pero el edificio de oficinas reclama también un interés propio
«Lleva unos tres años parado; da un poco de cosa verlo ahora así», reconoce Simón Terroba, asesor laboral de CNT en La Rioja y cicerone por un laberinto de salas, zaguanes, terrazas y recovecos que, efectivamente, si se arrima la oreja, susurran momentos épicos. «Aquí ha habido charlas multitudinarias como la de Lucio Urtubia en 2016, conciertos con llenazo de público en los años 90, actividades constantes, una programación que no te imaginas», recapitula sobre el escenario de un teatro ahora vacío y las butacas arrumbadas entre vestigios de la tramoya. Una luz tenue deja entrever la grandiosidad del escenario, la tarima es tan noble que aún cruje al pisarla y parece que la obra está a punto de comenzar mientras el público se incorpora a sus puestos desde el ambigú que, ese sí, permanece casi incólume. Enfrente, sin embargo, nadie aplaude ni respira. «En su día se quitó la uralita de amianto del tejado», explica Terroba.
«Una vez que la cubierta está bien, solo queda arreglar el resto...», comenta mirando la inmensidad del edificio que a estas alturas todavía no ha desvelado ni todas sus potencialidades ni una de las mayores joyas: el aula que se diseñó como escuela para los hijos de los trabajadores, ubicada justo encima del teatro y construida a la par que el salón de actos en 1931. Uno de los espacios diáfanos probablemente más amplios de la comunidad y candidato seguro al más bello de todos. Lo dice la madera del suelo que resiste de manera heroica el paso del tiempo, los ventanales encalados que escalan hasta el techo y, al fondo, contra la pared, una vieja estufa que parece de miniatura frente a la enormidad que en su día tuvo la encomienda de calentar. De la función original del lugar apenas quedan escondidas bajo unos listones las hojas que debieron desprenderse de un cuaderno de dictaditos. Lo que sí pervive diseminado por otros rincones es un atrezo variopinto sin son ni ton (unas bicicletas estáticas pintadas de fluorescente, paraguas del revés colgados de una viga, sillones que ayer eran viejos y hoy alardean de vintage), camerinos donde parece que huele a polvos de talco y una terraza que conecta el bloque de oficinas y el que ocupa el teatro, sobre la cual los anarquistas clamaron por la devolución de su patrimonio en una foto icónica que cuelga en las paredes de la sede de la CNT: la realidad estampada en su propia realidad, el espejo de sí mismo.
La curiosidad se vence inevitablemente hacia el grandioso teatro, pero el edificio de la sede también reclama un interés propio. Empezando por el patio que saluda con una generosa sombra sobre bancos de piedra, siguiendo por los peldaños de piedra irregular que suben a las plantas con múltiples salas abiertas a todos y para casi todos. Pensionistas y trabajadores, jóvenes y veteranos, presente y sobre todo futuro. Y al fondo, resguardado bajo un paño, hasta un modesto estudio de radio a la espera de volver a emitir el resto de la historia.
La de las instalaciones de la CNT es una biografía de valles y cimas, momentos de actividad máxima y periodos de letargo condicionados por la coyuntura política. Sede de la Federación de Sociedades Obreras de la provincia de Logroño desde 1916, en 1931 se proyectó en el anexo a las oficinas centrales un salón de actos avalado por el arquitecto Gonzalo Cadarso García-Jalón. Básicamente, un gran teatro y sobre él, una igualmente extensa sala dedicada a actividades culturales y escuela para los hijos de la clase trabajadora. La CNT era entonces un sindicato de enorme implantación –unos 3.000 afiliados solo en la capital riojana– hasta que en julio de 1936 todos sus bienes fueron incautados por el franquismo. El lugar fue entonces utilizado como Juzgado de Guerra y luego la Falange lo habilitó para área de cultura y gimnasio. El sindicato vertical lo vendió en 1969 a la Cooperativa San José, que creó allí el primer supermercado conocido como tal en La Rioja. En 1978, los cenetistas clamaron por la devolución oficial de su patrimonio, retomando con fluctuaciones la actividad cultural y sindical.
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