DELEGACIÓN DE DEFENSA
Todo en orden. La sede de la Delegación de Defensa en La Rioja se repliega sobre un bloque en el centro de Logroño flanqueado por otros dos sin uso, vestigios del complejo militar que se ubicó en la zona
La Delegación de Defensa en La Rioja infunde seriedad si mira de frente. Son los galones, es el aire marcial de los pasillos, la jerarquía en los saludos, la fotografía de Felipe VI colgada en las paredes de cada estancia. Todo está tan panelado, cada despacho tiene una función tan precisa, que uno teme pisar en falso o dejar caer el bolígrafo sin querer y el suelo le reproche el desliz. Quién sabe si por eso la escalera que vertebra la sede central está alfombrada con una vistosa moqueta, que lo mismo da una brizna de color al sobrio conjunto que amortigua las prisas. A sus órdenes, señor.
Superada la primera impresión, la perspectiva del edificio es igual y distinta. El rictus castrense persiste, pero se antoja más amable. Como esa gente seria por naturaleza que en cuanto toma confianza y se le conoce mínimamente entabla una charla más relajada, aunque sin bajar nunca la guardia de las formas. Es un diálogo que se vuelca hacia dentro y a la vez se abre hacia fuera. Dos versiones de un mismo dialecto. En el interior gobierna la burocracia propia. Se alinean como en formación a lo largo de los pasillos las labores más institucionales y administrativas. Algunas previsibles como la delegación del Instituto Social de las Fuerzas Armadas (ISFAS), la Real Hermandad de Veteranos, la gestión del personal o las oficinas de reclutamiento abiertas a resolver dudas y prestar información; otras más desconocidas para el lego como la sección de Inspección Industrial, encargada de verificar a pie de fábrica que todas las contratas en el radio de acción de La Rioja se ajustan al pliego de prescripciones. Desde el grosor milimétrico de la pieza de un mortero hasta la largura exacta de los cordones de unas botas facturadas en Arnedo. Quién lo iba a imaginar. El velcro de una casaca o el color de los uniformes se ve con ojos de taxidermista después de saberlo. «El rigor es imprescindible como servicio público que somos, y también resulta crucial nuestra proyección hacia afuera, que la sociedad conozca nuestra tarea y sepa que estamos abiertos a sus necesidades», destaca el delegado de Defensa en La Rioja, el coronel Pedro José Fernández López de Baró, incidiendo en esa doble vertiente de la institución desde la zona noble de una sede que son tres.
3.835 metros cuadrados abarca la actual sede de la Delegación de Defensa en La Rioja, remodelada en 1999 para emplazar allí las oficinas, despachos y salones que acogen las instalaciones.
El edificio que tiene el rango de hermano mayor aglutina la totalidad de las funciones y está flanqueado por otros dos menores, más anodinos. El envoltorio del cuerpo principal es lustroso y transmite un pulso incomparable al silencio que grita el resto del trío. Uno de los bloques (el del este) también está rehabilitado pero permanece por el momento vacío; el otro (en la vertiente oeste) es un cautivo del paso del tiempo desde que se construyó en 1919, más arrumbado aún que su gemelo. Lo dicen los restos de la cocina económica que asoma entre la penumbra en lo que un día ejerció como vivienda y lo chirría el suelo de madera sobre el que hace décadas que nadie camina. Puntales en la buhardilla, añicos de los cristales que quebró la última tormenta. Los dos reclaman un destino para sus esqueletos vetustos pero firmes, un futuro a la altura de su ubicación aledaña a las ruinas del convento de Valbuena que se observan con toda su amplitud desde la atalaya del inmueble central de la Delegación.
A la espera de que la trinidad llegue a desgajarse o la ciudad reclame su identidad, las traseras comparten un mismo jardín. Tiene espíritu de rincón secreto. Apenas un puñado de metros cuadrados de césped recién cortado y árboles centenarios perimetrados por un seto que agranda la sensación de intimidad entre el runrún circundante, con el tráfico que no cesa en los aparcamientos cercanos de la calle Comandancia o del Revellín. Hojas ocres se despliegan más allá de la tejavana bajo la que reposan los coches del personal, unas gotas de agua empapan la escena y huele a musgo y piedras viejas. Si el otoño tuviera denominación de origen, el kilómetro cero empezaría exactamente aquí.
Las instalaciones se despiden por triplicado. Permanecen conversando entre sí, sin romper la formación. Todo sigue en orden.
Los tres inmuebles que perfilan actualmente la Delegación de Defensa en La Rioja tuvieron en realidad un cuarto clon. Aquella caja de reclutas más al este que la reordenación urbana del entorno derribó. Como desapareció también antes el antiguo acuartelamiento y el complejo militar que se extendía por el norte y en la calle General Urrutia, donde se hacía pan para la tropa o hasta se guardaba el grano para las caballerías. La Delegación de Defensa celebra precisamente este año el 25 aniversario de su creación. Fue el 29 de febrero de 1996 cuando se firmó la orden ministerial por la cual se implantaban las delegaciones de Coruña, Valencia, Cáceres, Madrid y La Rioja y, de forma simultánea, se disolvían los gobiernos militares de los que son herederas también las dependencias ubicadas en la calle Comandancia, 6 de Logroño. En total, 18 trabajadores civiles y militares ejercen en el interior del inmueble.
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