DELEGACIÓN DEL GOBIERNO EN LA RIOJA
El rotundo edificio enclavado en el epicentro de Logroño combina vestigios de su pasado como sede del Gobierno Civil con las mejoras para su actual uso y una privilegiada atalaya.
Dan ganas de extender el brazo, abrir la mano y atrapar El Espolón. Hacer un ovillo con él dentro del puño y guardarlo en el bolsillo de la chaqueta para llevarlo a casa. Desde ahí arriba es posible. Sobre la azotea que corona el vetusto edificio de la Delegación del Gobierno, el corazón mismo de Logroño está al alcance. Basta con superar la sensación inicial de vértigo, certificar la firmeza de la barandilla de metal y liquen que roza el cielo, y mirar en cualquier dirección para hacerse con las gigantes miniaturas. Hacia abajo, la Rosaleda, que parece una maqueta recién ensamblada; arriba, unas nubes que huelen a otoño; y delante, las cimas de otro puñado de casas de postín que dibujan el perfil de una serranía urbana. Lo único descomunal es lo que hace unos minutos, a ras de suelo, parecía modesto. El reloj de Ibercaja que queda a la misma altura, las torres de La Redonda, las cigüeñas que no dejan de acolchar sus nidos con ramas. Lo que de verdad dan ganas es de quedarse a vivir a esta altitud.
La perspectiva resulta tan sobrecogedora como sorprendente. Quien solo se ha acercado para hacer algún trámite o pitar frente a la puerta principal contra el Gobierno de turno, es raro que haya reparado en que el enorme bloque está remachado por una atalaya que ahora sirve para poco más que acomodar los aires acondicionados y dominar el mundo.
El sótano donde antaño se ubicaron los calabozos de la comisaría alberga ahora un ingente archivo oficial
La terraza es solo el preámbulo de lo que no se espera. El anticipo de un edificio que no responde por dentro a lo que se presume por fuera. Una estructura mucho más alta que al primer golpe de vista, más profunda de lo que parece en la entrada de mármol que vigilan 24 horas al día agentes de la Guardia Civil, más ancha por la discreta zona trasera que da a la calle Hermanos Moroy.
Ingresar en el núcleo de la Delegación del Gobierno sin ser el titular de la plaza ni alguno de los 55 trabajadores que acoge es un privilegio que hace no mucho estaba más que vetado. Eran los años del miedo a los atentados, de escoltas y amenazas, de revisar los bajos de los coches oficiales antes de salir del garaje. De aquel entonces, y seguramente incluso de la época previa del Gobierno Civil y la comisaría de policía que albergó en tiempos, las paredes del inmueble guardan una rotundidad con aire de hermetismo que el tiempo va suavizando, sometiéndose incluso a necesidades renovadas.
Ahí está, por ejemplo, la vivienda del delegado del Gobierno en la tercera planta que ya no lo es. El espacio que históricamente habían ocupado los sucesivos responsables del Ejecutivo central en La Rioja y que por razones de seguridad tenían allí mismo su domicilio temporal. «Eran generalmente personas llegadas de otras provincias, y en la situación de riesgo que se vivía entonces era lo más indicado», recuerda Javier Iribas, vinculado desde 1989 a la institución en distintas direcciones y desde 2009 secretario general. «Luego la dinámica cambió, el contexto fue otro, y el espacio se reordenó para situar el área de Agricultura, Asuntos Jurídicos, Protección Civil, las oficinas de Informática o el jurado de expropiación forzosa», informa mientras baja por unas escaleras que hilan el inmueble, con un pasamanos que conversa con el zócalo también de madera que discurre en paralelo por la pared. Todo tan pulcro, tan solemnemente sobrio, que mientras se recorre es imposible dejar de imaginar cuánto poder ha subido (o descendido) por esos mismos peldaños, cuánta autoridad se ha aferrado a la barandilla que brilla como si no hubiera transcurrido tres cuatros de siglo desde que se instaló.
La doble condición de residencia y centro neurálgico del poder central en La Rioja tiene su último vestigio más arriba, donde hace décadas también estuvo habilitada una casa para el secretario general y ahora solo pervive el denominado 'pabellón de los invitados'. La estancia, que comparte planta con la Alta Inspección de Educación, es en realidad un generoso apartamento que rara vez se utiliza pero donde no falta detalle. Como si estuviera esperando la llegada de un ministro o acabara de levantarse del sofá de cuero un secretario de Estado de paso por la comunidad para repartir promesas. Una mezcla de discreción y lujo con vistas al Espolón.
Si la escalinata que conecta el edificio en vertical ejerce como columna vertebral, el despacho principal de la primera planta que ahora ocupa María Marrodán es el pulmón desde donde se insuflan decisiones de calado. La madera gobierna el suelo y los muebles tienen un aire recio que aún así no llega a colmar un espacio enorme que la altura del techo hace aún más espacioso. Ahí arriba, una igualmente imponente lámpara de araña comparte hábitat con un artesonado jalonado con escudos locales. Cervera, Arnedo, San Vicente, Valdosera... Un garbeo por toda la geografía riojana sin salir del centro de Logroño. Y de repente, la luz. Los cortinones que protegen la estancia se descorren, el sol entra a chorro por los ventanales y las sombras salen corriendo. El mismo despacho que hace un segundo imponía un respeto casi tétrico se antoja ahora acogedor, con esa hospitalidad que solo transmiten las casas grandes y los cachivaches viejos.
Cuando no parece que el continente pueda aquilatar más contenidos, justo cuando a medida que se va descendiendo las plantas se hacen más anodinas y funcionales para acomodar los diferentes servicios de la administración general, asalta otro rincón inesperado. Se ubica en el subsuelo y ocupa el lugar que antaño fueron calabozos. Lo que hay ahora encerrado allí son legajos, carpetas y boletines. Copias de las multas impuestas durante la pandemia y las actas de todas las elecciones generales.
El archivo es un ingente laberinto de documentos oficiales y copias compulsadas, anaqueles y estanterías que piden una brújula de experto para guiarse. Todo está en orden, alineado, con su etiqueta. Una de ellas está pegada en una modesta caja de cartón y dice: 'Estudio informativo del corredor ferroviario de alta velocidad del tramo Castejón-Logroño'. Está tan cerca, es tan a mano, que dan ganas de meterlo en el otro bolsillo y salir de allí con un tren.
La parcela donde se levantan las instalaciones que ahora albergan la Delegación del Gobierno en La Rioja y antes el Gobierno Civil no siempre tuvo el mismo uso. Ahí es donde se situó en origen el Seminario Conciliar de Logroño –precisamente el que inauguró la serie 'Edificios secretos'–, que al ser demolido en 1934 para levantarse con más amplitud donde ahora se asienta dejó un goloso y céntrico solar de 709 metros cuadrados adquirido un año después por la firma 'Constructora Vasco-Riojana'. La misma empresa fue encargada de levantar el edificio donde definitivamente se ubicaría una institución que hasta entonces había tenido diferentes emplazamientos:primero, en la casona exenta de Once de Junio que hoy es el centro cultural de Ibercaja; luego en el número 2 de la actual Avenida de la Paz. Las obras se iniciaron en 1943 y la inauguración oficial se realizó en marzo de dos años después con Luis Martín Ballesteros como gobernador civil. Con un total de 2.526 metros cuadrados construidos, el friso revestido de mármol y las siete columnas del mismo material del acceso son una de sus señas de identidad más singulares.
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