ESCUELA HOGAR, ORTIGOSA DE CAMEROS

Una escuela con alma serrana

De asilo a colegio. Las voces de los niños certifican que el corazón de este edificio casi centenario sigue latiendo

Pio García Justo Rodríguez Pio García Justo Rodríguez

Cuando uno llega a Ortigosa de Cameros y atraviesa la verja que conduce a la antigua Escuela Hogar siente como si de pronto hubiera entrado en una película de Garci y todo fuese hermoso y otoñal, meláncolico, lento. Sobre la puerta de entrada, escrito con letras de hierro, campea un lema: «Asilo de Nuestra Señora del Carmen. Año 1927». El umbrío camino va cubriéndose de hojas y asciende entre unos tilos de porte monumental. Al final de la cuesta se descubre un edificio de dimensiones palaciegas, labrado en piedra gris y coronado por una cruz. En la fachada principal hay tres carteles, cada uno de una época diferente. El más antiguo recuerda que el asilo fue fundado en los años veinte por doña Alberta Martínez de la Riva. Los nuevos descubren las otras dos vidas que ha tenido este inmueble. Primero fue Escuela-Hogar, con casi cien alumnos internos, y ahora ejerce como sede del Colegio Rural Agrupado Camero Nuevo.

Las voces infantiles y las órdenes de las maestras se cuelan entre los pasillos casi centenarios, chocan contra las puertas de madera y salen al patio por los ventanales entreabiertos. No hay ropa colgada en los percheros. Todavía hace calor y un sol majestuoso se cuela por los cristales, aunque el calendario es implacable y pronto, tal vez en un par de semanas, habrá que recurrir a las chaquetas y a los abrigos. Las paredes de la planta baja están llenas de carteles coloristas con palabras escritas en inglés: «Computer room», «stairs»... Hay algo en este lugar que inevitablemente recuerda a Hogwarts, el colegio de Harry Potter, aunque matizado por una cierta sobriedad serrana.

Los cronistas visitan las tripas del edificio guiados por la encargada, María Jesús Las Heras, que lleva dos o tres llaves antiguas, con el mango largo y herrumbroso. Frente a la entrada principal, se abre una capilla con pretensiones catedralicias y un ábside neogótico. Desde el primer piso se accede al coro. Hay un órgano que todavía funciona y una vieja caja fuerte cuya combinación no se forma con números sino con letras. «Construida en los talleres de la viuda de Juan Pibernat», se lee en una chapa dorada.

Galería de imágenes

La capilla monumental (izq.) dentro del edificio, con coro, órgano y púlpito. A la derecha, las traseras, con la galería de madera y el patio del colegio.

María Jesús, que lleva aquí desde el año 1971, se conoce al dedillo todos los intestinos del antiguo asilo. Con sus llaves en la mano acompaña a los cronistas al desván, una estancia vacía y abuhardillada con dos ventanucos opuestos que se abren a un cielo azulísimo. Todavía están allá los viejos depósitos de agua de los que se abastecía el edificio. En realidad, hay piezas singulares diseminadas por aquí y por allá, muebles y elementos arquitectónicos que han conseguido superar airosamente todas las metamorfosis del palacete: la tarima original, el suelo de mosaico granítico, varias mesas, los radiadores de hierro... En la parte trasera, algunas aulas dan a la galería de madera, desde la que se divisa el patio y el campanario, herido por un rayo. Hay ahora una veintena de alumnos, desde Infantil a Segundo de la ESO, y desde la clase de los más pequeños se oyen voces alegres que gritan en inglés:

– What is this?

– It’s a lion.

– Roooaaagggggg!

En la biblioteca conviven libros antiguos y modernos. Es una mezcla estimulante y extraña. Libros de la colección ‘El Barco de Vapor’ o de la enciclopedia ‘Me Pregunto Por Qué’ conviven con un tomo antiquísimo de ‘Sotileza’, de José María de Pereda, o con un volumen muy viejo que tiene un título enigmático: ‘Los animales pintados por sí mismos’. En el aula más grande hay incluso un teatro, con unos fastuosos cortinones entreabiertos que invitan al disimulo, a la máscara y al juego. Es la hora de recreo. Los chavales salen al patio en tropel. Dos mocetes mayores buscan desesperadamente a María Jesús para pedirle que les abra el armario del balón. Huele a bizcocho recién horneado. En la cocina, Adrián hace café y se afana en preparar el menú del día mientras María Jesús, en la sala, pone los cubiertos.

En los platos aún campea el membrete de «Residencia Nuestra Señora del Carmen». Hay en este inusual colegio un ambiente hogareño difícil de encontrar en otros centros más modernos, más populosos, más asépticos. El edificio pertenece a un patronato instituido por la fundadora, doña Alberta Martínez de la Riva. Su actual presidente, Jacobo Martínez, recuerda que no ha sufrido grandes reformas y eso le permite mantener casi incólume su estampa centenaria. «Y lo más importante es que está en uso y Ortigosa tiene escuela», concluye.

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