Central hidroeléctrica de Anguiano
Las tres turbinas de la histórica central de Anguiano siguen produciendo electricidad gracias al río Najerilla
La carretera del Najerilla avanza por llanuras fértiles y despejadas hasta que, casi de repente, se mete entre las montañas. Anguiano aparece con sus tres barrios encabalgados sobre un abrupto desfiladero. Nada más atravesar el pueblo, una señal indica el desvío hacia la central hidroeléctrica. La carretera se convierte entonces en un caminito asfaltado que serpentea entre el bosque y la maleza hasta que desciende a la orilla del río. El edificio de la central se sitúa al otro lado del puente. Un ternero muy asombrado observa a los visitantes desde la granja vecina. No pierde ripio de lo que hacen. A simple vista, aquello no parece una central eléctrica ni una factoría industrial, sino un balneario clásico, de esos a los que acudía la nobleza decimonónica a tomar las aguas y a curarse las artritis. El Najerilla discurre a sus pies y avanza perezosamente sobre un lecho ancho y pedregoso.
Los cronistas se asoman al edificio con un cierto respeto reverencial, como si entraran en una iglesia. Les dan un casco blanco. Sobre un bonito y antiguo pavimento ajedrezado se asientan tres imponentes máquinas tricolores: hay piezas verdes, amarillas y rojas. Cada color tiene su explicación. La carcasa de la turbina es verde, la cubierta del generador va pintada de rojo y el amarillo señala las partes en movimiento. Sobre la turbina, escrito con viejas letras de molde, figura el nombre de la fábrica suiza Escher Wyss, fundada en 1805.
La luz cenicienta de la mañana entra por los ventanales. A un lado está la montaña y al otro el río, cuyo rumor se escucha de fondo porque los generadores están hoy apagados. Desde hace más de cien años, la central de Anguiano produce electricidad del mismo modo. Los técnicos la definen como «una central fluyente». El agua del Najerilla se recoge en una presita situada cinco kilómetros arriba y luego se conduce por un canal que camina en paralelo al río hasta que llega a un pequeño depósito construido en la montaña, a buena altura. De ahí se precipita hacia la central por unos formidables tubos de acero de 1,2 metros de diámetro. Con la fuerza de su caída desde más de 68 metros, el agua mueve unas turbinas, genera electricidad y acaba regresando al mismo cauce del Najerilla por unas cuevas rectangulares que se abren en la parte inferior del edifico. «Es una energía completamente limpia. Cogemos agua del río y se la devolvemos cinco kilómetros después», subraya José Luis Escudero, jefe de centro de producción de Iberdrola Renovables. Acompañado por Álvaro Villar, encargado de la cuenca, van enseñando las dependencias a los cronistas y les explican cómo funcionan. Lo hacen con mucha paciencia y detenimiento, aunque no siempre es fácil entender cómo la fuerza del agua acaba convirtiéndose en electricidad. Para los legos en la materia, es un proceso casi mágico. A la izquierda del edificio de la central se encuentra otro inmueble de similar estilo, pero deshabitado y a falta de una buena mano de pintura. Está cerrado a cal y canto, con los ventanales enrejados. «Aquí vivían los antiguos trabajadores de la central», explica Escudero.
Aunque la instalación mantenga el sabor de aquella primera revolución industrial, las cosas han cambiado mucho. Ahora la estación funciona de manera automática, se dirige por control remoto, no hay personal de continuo y un equipo informático registra puntualmente todos los datos. El inmueble de suelo ajedrezado, en el que están las turbinas, tiene adosado otro edificio al que se accede por unas modestas escaleras metálicas. Algunas habitaciones están vacías porque perdieron su utilidad: ya no se necesitan talleres mecánicos ni almacenes en los que acumular piezas. Los cronistas suben a «la habitación de las celdas». La instalación está protegida por verjas, con esas señales intimidantes que muestran a una persona herida por un rayo. Hay tres interruptores, uno por generador, que ofician de guardias de tráfico para que la energía llegue sin contratiempos hacia la subestación eléctrica. En la fachada lateral del edificio campea el nombre de 'Electra Recajo S.A.', con el que entró en funcionamiento el 19 de diciembre de 1921. Desde hace treinta años está gestionada por Iberdrola y desde 2014 forma parte de su división de renovables.
Los técnicos proponen a los cronistas ir hacia el lugar en el que se recoge el agua que mueve las turbinas. Dicho y hecho. Camino del monasterio de Valvanera, la carretera LR-113 se retuerce como un intestino. A cinco kilómetros de Anguiano, el río Najerilla se embolsa gracias a una pequeña presa. No hay mucha profundidad y desde la orilla uno incluso puede ver la vegetación del lecho. Algunos carteles avisan de que esta es una zona de pesca sin muerte. El agua del pequeño embalse se dirige por unas compuertas hacia un canal que pronto se convierte en túnel. Este canal avanza junto al río durante 5,109 kilómetros, pero va perdiendo altura muy poco a poco, imperceptiblemente, de manera que al final puede propiciarse ese gran salto que posibilita el movimiento de las turbinas y la generación de energía. La orografía atormentada complica el recorrido, ya que durante 762 metros el canal tiene que discurrir por túneles excavados en la montaña. Lo asombroso es que estos túneles, que aún rinden servicio, fueron abiertos hace más de cien años, a pico y pala, con ayuda de burros y mulas. Hay rejillas para evitar que caigan hojas, troncos y también para que no pasen los peces, aunque siempre se cuelan alevines que posteriormente hay que pescar.
No siempre hay agua suficiente para que la central funcione, ya que el río debe mantener un caudal ecológico mínimo y cuando la sequía aprieta de lo lindo, como sucede ahora, a veces el flujo se corta. A la derecha del azud han construido una especie de circuito en zigzag para que los peces, guiados por el sonido de una minúscula cascada, puedan remontar el Najerilla y seguir su camino río arriba. Hay algo asombroso, incluso bello, en todas estas obras de ingeniería.
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