RESIDENCIA LOGÍSTICA MILITAR DE LOGROÑO
El singular edificio de la residencia militar pervive sin estruendo en el centro de Logroño mezclando signos del pasado con autenticidad absoluta
El búho permanece estático, con los ojos clavados al frente. No solo no espanta a las palomas que sobrevuelan el edificio, sino que una docena de ellas se posa a su lado, alineadas sobre el mismo alero. Todas las aves miran en pacífica convivencia hacia el horizonte que dibuja desde ahí una inédita silueta de la ciudad, aunque con una sutil diferencia: el búho es de plástico; las palomas, reales. «Se puso ahí hace años por ver si las ahuyentaba, pero está claro que hizo poco», explica Jesús Lázaro, teniente coronel director de la Residencia Logística Militar de Logroño. «Primero se atoraron algunas canaletas y al final hubo que retejar la cubierta, y ahí se quedó el búho», informa desde los torreones que son seña de identidad de un edificio tan céntrico como desconocido, tan llamativo por fuera como espartano por dentro. Una casona con ansias de castillo que de estar tan cerca pasa desapercibida.
Nada más franquear el acceso principal, el edificio confirma la dualidad que le domina incluso en su ubicación. Al lado de la Gran Vía y a un paso de la entrada al Casco Antiguo, el conjunto es todo discreción encajonado entre las palazzinas que Moneo y una calle Bailén que alterna portales desvencijados con casas rehabilitadas. Lo que en su día fue parte del gran acuartelamiento General Urrutia, hoy reivindica su rango de vestigio militar anclado en un centro con aire de periferia y autenticidad. Hay que tocar dos veces las imponentes palmeras que embellecen y a la vez camuflan el jardín de entrada para certificar que no son un trampantojo.
El singular edificio de la residencia militar pervive sin estruendo en el centro de Logroño
La propia estructura de la residencia es un espejo doble. Se trata en realidad de la unión de dos bloques originales, uno para oficiales y el otro para suboficiales, que no hace tanto se juntaron. Como hermanos siameses a los que cirujano aplicó el bisturí para despejar un largo pasillo por el que se distribuyen las habitaciones en dos alturas: diez dobles y otras 24 individuales que ocupan los militares de paso por La Rioja. «La prioridad es para compañeros y familiares del Ejército de Tierra, pero también de la Guardia Civil, que están aquí temporalmente realizando algún curso, en comisión de servicios... Algunos rastreadores se alojan ahora aquí», se explaya Lázaro.
Si uno cierra los ojos, si hace el ejercicio de evadirse de la iconografía que salpica las paredes –«Estado de alerta 'Alfa-plus'», avisa una placa bien bruñida en el vestíbulo– el entorno responde efectivamente a su función. Hay una pequeña recepción, una coqueta cafetería con el ruido de la televisión de fondo, una sala de estar con esos butacones donde la clientela espera con las maletas al lado, no se sabe si porque acaba de llegar o está a punto de marchar. El escenario lo completa más allá una generosa cocina con sabor a atrezzo de 'Cuéntame'. Antes ahí se preparaban comidas a tutiplén, hoy está disponible para que los inquilinos se preparen un bocado rápido o guarden algo en la nevera.
Las instalaciones luchan contra sí mismas. Una parte de las habitaciones ya está reformada al detalle; otras aguardan su turno para vengarse del paso del tiempo. Metalistería y parqué flotante en unas alas, gotelé y algún desconchado en otras trincheras. «La idea es ir mejorando poco a poco y poniendo más comodidades a medida que haya presupuesto desde el Estado», detalla Lázaro recorriendo los pasillos que a ratos parecen una modesta pensión madrileña y otras un funcional hotelito para parejas de enamorados. Los folletos turísticos se mezclan en el resvistero con publicaciones militares y en el taquillón de la entrada, entre espumillones y postales navideñas, un niño Jesús mira de reojo un cañón en miniatura.
Lo que la RLM tiene ganado de mano es el emplazamiento y singularidades como la soleada balconada que da al sur o las icónicas garitas en las alturas desde donde ya no vigila nadie. Ni siquiera el búho de cartón piedra.
Inaugurada en 1943 como un conjunto de viviendas para oficiales y suboficiales solteros (literalmente), la Residencia Logística Militar formó parte originalmente del complejo militar en General Urrutia. En 1992 y mediante una permuta de terrenos, el acuartelamiento se mudó a Agoncillo, dejando en la capital solo la residencia que ahora ejerce como apoyo a la movilidad de un colectivo donde los desplazamientos son continuos. A un precio muy módico, sus 44 plazas están a disposición de militares foráneos y sus familias que por cualquier razón recalan en La Rioja durante una temporada.
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